El saltamontes viajero y Tom que odiaba los cambios

El saltamontes viajero y Tom que odiaba los cambios

(cuento sobre viajes)

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Tom era un pequeño conejo que nunca había salido de su pequeño pueblo. Tom era joven e inteligente, pero su forma de ser hacía que odiara los cambios. No importaba la magnitud del cambio: cada vez que algo a su alrededor cambiaba, podía pasarse semanas enteras sin dormir bien, temeroso de que su vida acabara patas arriba. Una vez, cuando su madre decidió prepararle tostadas con mermelada en vez de mantequilla… se puso tan nervioso que acabó saliendo de casa sin desayunar. Y es que para las personas que odian los cambios, cualquier pequeña cosa puede convertirse en una GRAN cosa.

Mientras que sus compañeros y amigos iban abandonando poco a poco sus madrigueras, Tom no se veía capaz de dejar atrás su pequeño mundo, con sus padres y hermanos a los que quería y adoraba. Tampoco quería dejar su habitación, con esa cama hecha con ramas, que era cálida y tenía incluso su forma.

Pero un día pasó algo inesperado. Era un día soleado y tranquilo, había salido a dar un paseo y un saltamontes le barrió el paso. Asustado, Tom dio un paso hacia atrás, y se encontró cara a cara con alguien desconocido, ¿cómo había llegado allí? El saltamontes le miraba con sus enormes ojos negros, y cargaba con él una enorme mochila que parecía muy pesada.


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-¡Hola muchacho!- exclamó el saltamontes, observándolo con atención-.¿Me podría decir dónde puedo encontrar una posada para pasar la noche?– en un primer momento, Tom se quedó callado, observando el aspecto desgarbado del saltamontes.- No tengo todo el día, vengo de muy lejos y estoy cansado.

Si sigue todo recto encontrará un pequeño hostal -dijo al fin Tom, saliendo de su estupor-.¿De dónde viene sr. Saltamontes?– peguntó con curiosidad.

Vengo de un país muy lejano, donde durante seis meses no se pone nunca el sol, donde las flores son tan grandes que parecen tan lejanas como el cielo, donde las mariposas parecen ninfas hechiceras. Del Norte hijo, vengo del Norte.

-¡Pero eso está muy lejos!- exclamó Tom, sorprendido. Ahora entendía el aspecto cansado y destartalado del pobre Saltamontes.

Soy un Saltamontes viajero. Desde que me independicé de casa, voy de pueblo en pueblo, conociendo nuevas formas de vida, viendo mundo.

Tom lo miró sin comprender, llamando la atención del viejo saltamontes, que menos de marchar hacia la dirección indicada, se quitó la maleta, rascándose la barbilla.

-¿Te pasa algo muchacho?

No…- murmuró Tom, inquieto-. Es solo que no entiendo como alguien puede viajar tanto sin cansarse. Los cambios, dejan tu vida patas arriba.

-¿No te gustan los cambio? ¿Nunca has pensado en marchar y ver mundo?- inquirió el saltamontes con los ojos brillantes.-¿Te imaginas levantarte el resto de tu vida viendo como cada día es exactamente igual que el anterior?¿Sin aprender nada? Los cambios te enseñan a vivir. Viajar es vivir.

Tras decir esto, el saltamontes se fue, dejando a Tom solo y pensativo. Aquél día, Tom no fue a dar una vuelta por el río como todas las mañanas. Regresó a casa y se quedó en su habitación mirando la pared, allí donde colgaban las fotos y postales que sus amigos le habían enviado al largo de sus viajes, ¿y si se había equivocado al ser tan rígido en su vida?

Aquella noche tomó una decisión. Llenó la mochila hasta arriba del todo, y se fue de casa dejando una pequeña nota sobre la mesa, una nota que pocos minutos después leería su madre con el rostro lleno de orgullo:

«Me voy de viaje, me voy a vivir.

Tom»

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