EL MIEDO A LA OSCURIDAD EN LOS NIÑOS

La nictofobia o miedo a la oscuridad es un tipo de fobia que se caracteriza por el desarrollo de un miedo irracional a la oscuridad.

Los psicólogos y antropólogos consideran que se trata de un temor muy recurrente y muy habitual en el ser humano. Al parecer, su origen proviene de una combinación explosiva. Por un lado los humanos somos animales diurnos, nos encontramos más cómodos con unos niveles de luz elevados. Tanto es así que nuestros ojos, a diferencia de lo que les ocurre a perros y gatos, no están acostumbrados a ver en la oscuridad y pronto se vuelven inservibles ante la ausencia de luz.

A esta sensación de inseguridad –no debemos olvidar que nuestro sentido más desarrollado y al que conferimos mayor importancia es la vista–, se une el hecho de que contamos con una gran imaginación. Nuestro cerebro tiende a inventarse todo aquello que desconoce, fantasea con las posibilidades y rellena los huecos que nuestros sentidos no son capaces de completar.

 

Por tanto, todos los seres humanos tenemos tendencia a imaginar cosas donde no las vemos. En el caso de aquellos individuos con miedo a la oscuridad, el estrés provocado por la propia sensación de inseguridad ante la ausencia de luz genera en su cerebro una serie de imágenes o emociones relacionadas con el peligro.

 

En el paleolítico estas sensaciones ayudaron a nuestros antepasados a temer a lo desconocido, provocando en ellos un estado de alerta ante riesgos tales como depredadores o terrenos abruptos que les permitió sobrevivir en entornos hostiles. Hoy en día, en cambio, lo que antes fue una gran adaptación evolutiva se ha convertido en un problema: en nuestra casa no habitan fieras ni monstruos, pero eso nuestro cerebro primitivo no lo sabe. El miedo a la oscuridad, por tanto, proviene de nuestros instintos más primarios.

 

Los especialistas han observado que el miedo a la oscuridad es muy común en los niños entre los dos y los siete años.  Por lo tanto, los padres debemos tener en cuenta que el hecho de que nuestros hijos teman a la oscuridad es algo normal. Todos lo hemos sufrido y seguramente recordaremos con mejor o peor memoria aquellos tiempos.

 

El problema, no obstante, aparece cuando este miedo se convierte en algo recurrente y obsesivo. A veces este miedo sobrepasa los límites de lo común y se convierte en fobia, extendiéndose en muchos casos a lo largo del tiempo y superando los límites antes descritos.

 

Las causas pueden ser muchas y muy variables. Las situaciones de estrés, como una separación de los padres, así como los malos tratos o los abusos sexuales, suelen traer consigo el reforzamiento de estos comportamientos que acaban derivando en nictofobia.

 

Por otro lado, como padres no podemos evitar que nuestros hijos teman a la oscuridad, pero sí podemos hacerles las noches más llevaderas. Un buen método puede ser dejar una luz tenue encendida durante toda la noche. Debemos considerar que esto no quiere decir que mantengamos encendidas las luces de la casa. La luz debe de iluminar muy poco ya que, de lo contrario, reforzaremos en el niño la sensación de que la ausencia de luz es peligrosa y atemorizante.

 

Otra práctica fórmula es la de realizar juegos con los niños que impliquen la situaciones en oscuridad. Actividades como la gallinita ciega o romper una piñata pueden funcionar.

 

Además de esto, existen actuaciones que parten de la propia lógica, como eliminar de la habitación todos aquellos objetos que asusten a los pequeños o enseñarles los rincones inquietantes mientras se les demuestra que, en realidad, se trata de un lugar seguro y bajo control.

Pero, sobre todo, los padres no debemos dejar de tener claro en ningún momento que los niños siempre temerán a la oscuridad y que esto es algo que forma parte del propio crecimiento y maduración intelectual.

 

Por Rodrigo Fernández

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